El edificio —resultado de un concurso internacional y destinado a albergar las oficinas del Tribunal de Justicia— está concebido como una especie de injerto dentro de la compleja trama urbana que configura el entorno de la Piazzale Roma, la única plaza de acceso por coche a Venecia, a la que recientemente se ha incorporado también un nuevo hito urbano: el llamado Puente de la Constitución —diseñado por Santiago Calatrava— que conecta el Piazzale con la estación de tren Santa Lucía. El edificio se organiza a partir de un rotundo gesto espacial que da la bienvenida al visitante: un espacio de cinco plantas de altura que funciona como una suerte de puerta urbana que permanece abierta durante el día. Este espacio alberga, en la planta baja, una serie de dotaciones comerciales que sirven al espacio público exterior, y que, en su momento, funcionarán también como el acceso a la secuencia de plazas públicas que es probable que se generen con la restauración de los edificios del entorno. La nueva construcción está concebida a partir de una forma arquetípica y compacta, que es resultado de haber manipulado compositivamente el tipo edificatorio de las construcciones industriales venecianas, teniendo en cuenta además el inmenso tamaño de la playa de aparcamiento de la Piazzale Roma,con la cual se relaciona visualmente. Suspendido sobre el Piazzale, un voladizo de cinco metros señala la entrada al edificio. La sombra por él generado atrae a los viandantes hacia dos circuitos complementarios: uno horizontal, correspondiente al nuevo sistema urbano generado por el edificio, y uno vertical, que lleva a las plantas superiores, y al que se accede mediante una escalera lineal y una batería de ascensores. El juego entre la materia y la luz es el argumento estético del edificio. Una serie de grandes huecos de iluminación, de distintos tamaños, se recortan sobre una envolvente construida con paneles de cobre prepatinado, un material que resuena con las cubiertas de muchos edificios institucionales de Venecia.
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