martes, 12 de marzo de 2013

El derrumbe de Mitre 1232 los dejó sin casa, y la desidia posterior, sin sus cosas

La familia Pelorosso debió abandonar su departamento tras el desmoronamiento, en noviembre de 2011; hoy, dicen que nunca recuperaron sus pertenencias y exigen respuestas

Derrumbe. Y detrás de la tragedia, una historia que comenzó en noviembre de 2011, cuando se desplomó parte del edificio de Bartolomé Mitre 1232 como consecuencia de que una topadora que operaba en una obra en construcción contigua afectara los cimientos del viejo inmueble.

Aunque uno de los cuerpos del edificio siguió en pie, todos debieron evacuarlo por seguridad. Quedaron dentro las pertenencias de los propietarios, que una sola vez lograron entrar para sacar lo que pudieron. Les habían prometido que más adelante les permitirían regresar por sus cosas. Pero las autoridades no cumplieron y en ese lapso les robaron lo que quedaba. Hasta hoy, nadie se hizo cargo de la situación.

Miguel Pelorosso y su familia vivían en el 6° A del primer cuerpo del edificio. Cuando el segundo cuerpo se derrumbó, Miguel y su hijo Franco, que tenía entonces 14 años, estaban en Mendoza; su esposa, Sandra, estaba trabajando, y Martina, la hija menor, de 12 años, estaba en el colegio. “Es como que hoy salgas de tu casa a trabajar y de pronto te digan que no podés volver. No tenés adónde ir”, intentó explicar Pelorosso.

Esa mañana la familia entró en una pesadilla de la cual todavía no logra despertar. La primera noche durmieron en la casa de un amigo de él. Luego, otro amigo les prestó un departamento amoblado. “Todos nos ofrecían cosas, pero no teníamos dónde llevarlas”, explicó Miguel.

El 15 de diciembre de 2011 las autoridades permitieron a los propietarios subir a sus departamentos para sacar algunas pertenencias. “Tuve unos cuarenta minutos para rescatar lo más importante; fui con un bombero, dos policías y dos operarios de Defensa Civil que me apuraban”, recuerda Pelorosso. En minutos armó bolsas con algunas cosas, mientras los agentes filmaban todo. “Sentís que estás saqueando tu propia casa”, afirmó. Cuando terminó, puso llave en la puerta, a la que cruzaron una faja que él y sus acompañantes firmaron. Las autoridades le prometieron que más adelante podría sacar el resto.

Pero ese día nunca llegó. En enero de 2012 se enteraron de que los que tenían su casa entre el primero y el quinto piso podrían hacer una mudanza. Los de más arriba no, porque había peligro de derrumbe, según les decían. “Mi departamento estaba justo en la parte de retiro del edificio, y mi balcón daba al del quinto”, contó Miguel, quien pidió que lo autorizaran a subir. Lo que él pretendía era sacar la ropa y algunos recuerdos. Pero no tuvo suerte; nadie se lo permitió. “Quedó de todo, desde los electrodomésticos hasta las fotos de la abuela”, recordó.

Los Pelorosso no quieren dinero, sino que alguien se haga cargo de decirles qué pasó con sus cosas. “Cuando la Ciudad expropió el edificio, nos pagaron lo que correspondía”, reconocieron los dos, pero para ellos no es suficiente. Para ellos lo más doloroso es llegar a su nueva casa y que los hijos les pregunten si hay novedades. “¿Novedades?”, les dicen. “Nada”, es la respuesta.

A mediados de 2012 se demolió lo que quedaba en pie. “Para tirar abajo las paredes debieron antes sacar nuestras cosas”, afirmaron. Miguel dijo que cuando se cayó el otro cuerpo, la fiscalía había decidido que todo lo que se encontrara fuera a un depósito judicial.

Sandra también contó que empleados de la fiscalía 38a le dijeron que pagaran a la gente de la empresa de demolición para que los ayuden a sacar sus cosas. “Hicimos todo, hablamos con todos, para que nuestros hijos vean que no bajamos los brazos”, afirmó Miguel, aunque no tuvieron resultados.

El edificio fue demolido, y nunca supieron qué pasó con sus cosas. Más tarde, se enteraron por una de las vecinas que vio movimientos antes de la demolición. Cuando la mujer se acercó a preguntar, le respondieron que los dueños “habían donado todo al Ejército de Salvación”.

Los Pelorosso aseguran que nunca donaron nada y que nadie les permitió entrar. “Hablaba día por medio con Montenegro [Guillermo, ministro de Justicia porteño] y él me aseguraba que iba a poder entrar. Pero nada pasó”, relató Miguel. El matrimonio pide que por lo menos se recuperen las filmaciones de las dos cámaras que, dicen, grababan todo, para encontrar al culpable.

“Ya no nos importa lo material; nos interesa lo otro, los recuerdos, nuestra historia. Hasta las carpetas del colegio de los chicos se llevaron”, contó angustiado Miguel, a quien junto con su casa se le derrumbó parte de su vida.

Por María Eugenia D’Alessio
Fuente: La Nacion
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